
¿El miedo nos detiene o nos lanza al abismo?
Yo venía de atravesar la peor tormenta de mi vida. Vi esos ojos cerrados, necesitando un abrazo… pero su cuerpo ya no respondía. Su alma… ya no estaba.
Mi papá era todo lo que estaba bien en esta vida. Me enseñó a dar, a entregar, a pensar primero en los demás. Tanto, que me olvidé de mí. Porque mientras él estaba, yo sentía que no necesitaba de nadie más, ni siquiera de mí misma. Pero esa noche… cuando se fue de este plano físico, sentí que me moría con él.
No sabía quién era. No sabía qué quería. Y mucho menos, cómo amarme.
Desde ahí comenzó mi duelo. Me llené de ruido, de ocupaciones… cualquier cosa para no sentir. Y, como podrán imaginar, tomé decisiones desde el vacío.
Inicié una relación desde la carencia. Me metí en una sociedad buscando aprobación. Como no sabía darme amor, lo buscaba afuera. Y como no me sentía merecedora, aceptaba el maltrato como si fuera normal.
Viví el amor ausente de una pareja que también estaba roto, y me sometí al ego de un socio que me decía: “Tú no eres diseñadora, no puedes opinar”. Solo debía producir, comprar, vender… pero callar.
Me sentía inútil. Un fracaso como pareja. Un fracaso como hija, como madre, como emprendedora. Ya de entrada todo estaba mal, así lo veían mis ojos.
Invertí el poco dinero que tenía en un proyecto que solo era un disfraz para mi dolor. Y no podía ni con mi hijo, porque aunque fui madre soltera, siempre tuve el respaldo de mis padres. Pero ahora, mi mamá estaba destrozada… y mi papá… ya no estaba.
Toqué fondo. Se rompió mi relación. Mi mamá se fue de mi lado. Y la sociedad con mi "mejor amigo" terminó de la peor forma.
Sentía que no valía nada. Que todo me quedaba grande. Que yo era “la mala de la película”.
Y ahí, con el corazón apachurrado y mi hijo mirándome desde su dolor, entendí que algo tenía que cambiar. Por él… y por mí.
Pasaron muchas cosas. Muchas. Pero solo voy a contarles esto: Un día, sin saber cómo, después de 30 días de escribir, llorar y pensar, una persona me dijo: “Haz una lista con lo que realmente quieres”.
La hice. Y las dos palabras que brillaron fueron: Amor y libertad.
Lo simplifiqué. Una mezcla de alma, alas, amor… Ama + Ala = Ámala.
Ese fue mi grito. Mi renacer. Mi promesa.
Ámala es eso. Una historia de amor propio, convertida en arte y conservación. Un recordatorio de que todos merecemos un amor bonito. Y qué mejor si ese amor comienza por uno mismo, y con el tiempo… se comparte.
Gracias por estar aquí. Gracias por ser parte de esta historia. Les prometo que van a amar a Ámala, tanto como yo la amo.